Hablar de Dios es tan peligroso como necesario. Díos está más allá de todo lo que podamos decir de Él. Hay una infinita diferencia cualitativa entre Dios y el hombre, de modo que el lenguaje se muestra siempre inadecuado para expresar la realidad divina. Por más que la persona cobije en si la presencia de lo divino no es capaz de nombrarlo. El saber sobre el misterio divino termina en silencio.